Durante centenares de miles de años los hombres confiaron a la palabra sus comunicaciones a distancia y la educación de sus descendientes (historia, mitos y leyendas). La memoria suplió la carencia de una escritura. Los mismos dioses del Olimpo ignoraban cualquier medio de comunicación que no fuera el mensaje oral. Los mensajeros llegaban a la Tierra para transmitir las órdenes de Zeus, tal como podía hacerlo cualquier humilde mortal cuando quería comunicar con un semejante lejano. Así nos lo relata Homero en la Ilíada y en la Odisea. Según la tradición, el mismo Homero recogió y escribió por vez primera los múltiples relatos que los "rapsodas" iban cantando de ciudad en ciudad sobre una guerra entre griegos y troyanos, la cual había tenido lugar unos mil años antes.
Sobre la figura de Homero, como es sabido, los críticos discutieron interminablemente durante más de doscientos años; en los siglos XVII y XVIII no fueron pocos los que negaron la existencia del poeta ciego porque afirmaban que en su época (siglo IX a. de J.C., según Heródoto) la escritura no existía aún, afirmación que ha sido totalmente desmentida hoy día; se sabe, y se tienen pruebas de ello, que en el siglo IX a. de J.C. los hombres sabían escribir desde hacía mucho tiempo.
Pero la escritura no suprimió al rapsoda, pues éste es todavía popular en las zonas periféricas, incluso de las naciones más civilizadas y modernas. Bastará recordar, por otra parte, cómo renació en todas aquellas épocas en que estuvo en decadencia. Desde la Prehistoria a la Edad Media actuaron los "bardos" celtas, los "scopes" anglosajones, los "caldos" escandinavos y los "bilinis" rusos; después, los "trovadores" de los siglos XI, XII y XIII, hasta llegar a los contemporáneos cantores ambulantes que versifican aún leyendas antiguas, aventuras modernas y hechos de actualidad en las ferias de los pueblos.
Es inútil investigar cuándo y cómo aprendió el hombre a escribir. Es probable que no se sepa nunca. Solamente se puede decir que ya en el 3.000 a. de J.C. el hombre, ciertamente, sabía escribir.
La escritura no fue una invención nacida de un día para otro en un punto determinado de la Tierra; fue, por el contrario, un largo y lentísimo proceso de simplificación que se prolongó por 15.000 o tal vez 20.000 años y que llegó a la madurez en tiempos relativamente próximos a nosotros. Es conveniente advertir también que la evolución de la escritura no ha concluido, puesto que existen diversos tipos profundamente lejanos entre sí.
El niño se siente capaz de escribir cuando ha tomado confianza con el dibujo. Dibujar es uno de sus primeros y favoritos pasatiempos. El niño, instintivamente, expresa con signos e imágenes simples el propio pensamiento. Algo así sucedió con el hombre. A medida que maduró la propia psicología acertó mucho más en el arte del dibujo. Sobre las rocas dibujó animales, personas, plantas; intentó decir algo uniendo las imágenes entre sí o disponiéndolas de una manera u otra; se dio cuenta de que, estilizándolas, no sólo se simplificaba el trabajo, sino que aumentaba la compresión. Estilizó más y más, probó dibujar sus pensamientos sobre un pedazo de madera y la envió a un amigo lejano; el amigo comprendió el pensamiento y le respondió con otro. Y así, poco a poco, nació un "código": cada señal significaba una palabra. Había nacido por fin la escritura; los hombres se podían hablar a distancia sin necesidad de confiarse a un mensajero. Se trataba de la invención más revolucionaria del hombre, la más genial, la que le separaba completamente de los animales: ahora era el ser más perfecto de la Creación.
Pero intentemos analizar más de cerca y también más profundamente este extraordinario proceso.
Nuestro antecesor directo (el Homo Sapiens) apareció sobre la Tierra hace apenas unos 15.000 - 20.000 años, inmediatamente después de la cuarta glaciación, llamada de Wurm. Este ser dejó restos extraordinariamente interesantes de su civilización en las pinturas rupestres: en las cavernas de Altamira (España), de Lascaux (Francia), en la rocas del Sahara, de Nubia y de África del Sur. Acerca de estos espléndidos testimonios de su paso por el mundo se ha escrito y especulado mucho: ¿Cómo interpretarlos? ¿Son simples y puras expresiones artísticas, símbolos mágicos, o nos encontramos, más bien, frente a verdaderos relatos de empresas históricas? Esta última hipótesis es ciertamente fascinante, aunque no aceptada universalmente. Ahora bien, ¿no confiaron los primeros cristianos su tradición y su historia a escritos murales? ¿No confiaban los indios de América la historia de las proezas de sus jefes a ilustraciones y a símbolos dibujados sobre pieles de bisonte o sobre su misma indumentaria? Siempre, en cada época, hasta las obras de Picasso, el arte ha ilustrado, por lo menos comentado, los grandes acontecimientos históricos; por consiguiente, no habría fantasía en la interpretación histórica de las pinturas rupestres.
Pero cualquiera que sea el significado que se pretenda darles, es indudable que representa el primer eslabón de una larga cadena que había de concluir, después de muchos milenios, con el hallazgo triunfal de la escritura. A su primera fase, expresada precisamente por el dibujo en función de "mensaje", se le da el nombre de "pictografía"; en ella, cada dibujo representaba exactamente la palabra correspondiente: por ejemplo, un bisonte significaba precisamente bisonte, y para expresar el concepto "el bisonte ataca al hombre" no había otro medio que el de dibujar la escena correspondiente. Varias escenas relacionadas representaban otros tantos acontecimientos; pero no se podían representar más sintéticamente, ni mucho menos expresar una idea abstracta. ¿Cómo expresar, por ejemplo, el concepto de caliente o luminoso?
Nació así la exigencia de reducir (o ampliar) el signo gráfico o símbolo. El Sol no sólo representó el astro, sino toda fuente de calor, de luz, de esplendor. Esa es la segunda fase de la escritura, a la que se da el nombre de "ideografía". El progreso respecto de la pictografía era así profundo y evidente. La ideografía exige, de hecho, un proceso interpretativo y, por lo tanto, presupone una inteligencia ya considerablemente evolucionada. Hoy día también se usan auténticos ideogramas, por ejemplo, en la señalización de carreteras; todo el mundo conoce y obedece las señales indicadoras de paso a nivel, paso de peatones, prohibición de adelantamiento, etc., que se dirigen a todos y por todos son comprendidas. Ideogramas son también las señales que se ven junto a ciertos pulsadores o mandos, sobre todo cuando su uso es universal (como los de los automóviles). La ideografía no está ligada ni al sonido ni a la palabra, pero cuando en un idioma existe uno solo sonido o una palabra para expresar el ideograma, éste se relaciona directamente con aquel sonido o aquella palabra, transformándose de este modo en un todo indisoluble. Así nace la escritura fonética (o sea, en relación con el sonido). Este fue el tercer paso fundamental en la historia de la escritura.
(Del libro: Historia de las Comunicaciones, Valery Ponti)
SUGERENCIAS DE LECTURA: página publicada en este blog el día 6 de mayo de 2013; e imágenes proyectadas en clase, publicadas el día 6 de mayo de 2015, sobre la Escritura.
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